martes, 11 de septiembre de 2007

Viaje al Morelos olvidado y marginado de Chihuahua












































































































El Tablón - Palomas, Mor. Aspecto de la caida de la cascada serrana.
* Una osadía atravesar la Sierra de Morelos durante 16 horas sobre 490 kilómetros en camino de terracería largo, brumoso y sinuoso
* Vacas y “asnócratas” pululan sobre la carretera a Morelos a P. de Bojorquez
* Territorio a donde sólo van cada 3 ó 6 años candidatos, gobernadores y funcionarios a pedir el voto
* Bellos y majestuosos paisajes de la “Otra Sierra” de Morelos se atisban


Gabriel Valencia Juárez
Guachochi-Morelos-El Tablón. Sierra Tarahumara de Chihuahua. Sept. 2007.- Después de 2 años y seis meses, volvimos a encontrar –casi en el mismo lugar barranqueño-, a Benito Juan, un niño rarámuri de 13 años de la comunidad indígena de Sikuira sección municipal de Polanco, municipio de Batopilas.
El reencuentro con Benito Juan -hoy sin su perro “Kaloba”-, fue el 6 de septiembre pasado en el transcurso un largo viaje agotador, sinuoso y nebuloso por la pertinaz lluvia; cruzando montañas, ríos y arroyos de aguas diáfanas y valles pintadas de flores amarillas, moradas y rojas como alfombras, rumbo a El Tablón del olvidado y marginado municipio de Morelos, Chihuahua.
Cuatrocientos noventa kilómetros solo de ida, con 16 horas duró el viaje, de Guachochi hasta El Tablón, un pueblo pintoresco y montañoso en la Sierra de Morelos; 980 kilómetros y 32 horas fue el viaje redondo con escalas en el trayecto.
El recorrido se realizó sobre un camino de terracería, en cual llovió casi todo el día y la noche y en su manto negro se viajo la mitad de la travesía por zonas de densa neblina y oscuridad de la Sierra de Morelos, clima provocado por el huracán Henriette que golpeo en esos días las costa de Sonora y Sinaloa, con el cual, en este último estado, colinda el municipio de Morelos.
El viaje, por las circunstancias de la carretera de terracería y del mal tiempo, fue agotador e inestable por los altibajos que provocaban las piedras y hoyos al pasar sobre ellos las llantas del vehículo que conducía José Armendáriz, trabajador de la paraestatal Diconsa en Guachochi y con más de 7 años de experiencia conduciendo por lo abrupto y lejano de las montañas y barrancas de la Sierra Tarahumara al sur de Chihuahua.
A lasa 12 del día del 6 de septiembre, partimos de Guachochi rumbo a Morelos, atravesando de nuevo los majestuosos paisajes que tiñen la Sierra Tarahumara de Chihuahua entre las montañas y barrancas, pasando por las parajes del municipio de Guachochi de El Rosado, El Guajolote, y luego cruzar la frontera al municipio de Batopilas: Buena Vista, Yoquivo, Aboreachi (no el de La Laguna) y Los Parajes, cruzando los valles y montes con rumbo a Sorachike y Pitorreal, para luego subir a un lugar llamado Puerto Chiqueros; un punto elevado y peligroso en época de invierno ya que los vehículos no suben y se atascan por lo resbaloso del camino.
Antes de encontrarnos con Benito Juan, a las 4:45 horas saludamos a unos indígenas de la comunidad de Saweachi –Lugar de Tierra- que salían de una cerca de madera y se disponían a caminar por la carretera. A través de la voz de Práxedes Saweachi, nos indicaron que iban de “a pasearse por ahí” aún con el clima lluvioso. A las 5:20 horas, arribamos a la casa de doña María Torres Carrillo, oriunda de Baborigame, Guadalupe y Calvo, una mujer mestiza de 70 años, que tiene viviendo 40 años en Arroyo Hondo, junto a la carretera, sección de Pitorreal, la cual nos franqueo un café, papas –relowi- y galletas. Se escuchaba muy bien la radiodifusora indigenista La Voz de la Sierra Tarahumara a esa hora lluviosa. Nos despedimos afectuosamente de doña María con la promesa de volver a saludarla otro día y así fue.
A las 6:20 de la tarde, bajando hacia las Barrancas con una lluvia pertinaz, tras atravesar Puerto Chiqueros, nos encontramos de nuevo a Benito Juan, después de 2 años y 6 meses en que los vimos –marzo, 2005- en compañía de otros tres niños rarámuris: Perci, Marcelino, Victoriano y Benito Juan, quien en aquella época tenía 10 años. El reencuentro fue de nuevo sobre la carretera con rumbo a Polanco, cerca de un divisadero profundo, casi en el mismo tramo de la región cuando los saludamos allá por el año del 2005.
Una hora después arribamos a Polanco, Batopilas, y comimos en un restaurante al aíre libre de doña Berlina Ortega: carne seca, bien guisada, acompañada de sabrosos frijoles –muní- y tortillas -remekes- recién hechas en el comal, nescafé, chile piquín y chilitos verdes más picozos que los kipines. Saboreamos la suculenta comida de nuevo, ya que en otros años lo hicimos, en medio de flores y plantas: ala de Ángel, petunias moradas y blancas, belén, hojas capa-rey y galateas, colgadas de los maderos que sostienen el techo y plantas en macetas que convierten el mesón sin nombre en un vistoso lugar sin ventanas ni puertas con una paisaje panorámico hacia las montañas de Morelos.
A las 7 de la noche partimos rumbo a Morelos con una lluvia pertinaz y en la oscuridad de larga compañía sin parar el vehículo, un camión cargado con 7 toneladas de alimentos hasta llegar a Palomas-El Tablón a las 3 de la madrugada en medio de un clima lluvioso, oscuro y con una neblina densa. Fue un viaje sinuoso, agotador y largo en la oscuridad donde la carretera se veía a unos 5 metros.
En esta ocasión no pudimos atisbar las “minas de plata” arriba de nosotros, toda vez que la lluvia y la neblina apocaron las estrellas centelleantes que se ven por estos paisajes de la Sierra.

Tres resbalones y un árbol caído
Atravesamos el puente sobre el gran río Verde-San Miguel, territorio del municipio de Morelos y solo escuchamos los rugidos del agua. Al pasar por el pueblo de Morelos (9:30 p.m.), cuyas pocas lucecitas se atisbaban desde las montañas, no paramos, y atravesamos el rió Tenoriba donde solo se escuchaba el canto del río y la lluvia; más allá de este paisaje, no se veía nada, sólo el hilo de la carretera que nos guiaba hacia El Tablón.
Entre el trecho de Morelos a Potrero de Bojorquez, además de brumoso y pluvioso el camino, nos encontramos con burros (asnócratas) y vacas caminando lentamente y otras acostadas en plena carretera lodosa.
Las pesadas subidas en medio de las montañas oscuras y lluviosas se hicieron tortuosas y a veces de arrepentimiento, pero el problema es que no podíamos devolvernos “pa´tras”; no se podía, así que en los tres resbalones que se presentaron en las curvas empinadas y lodosas, José Armendáriz maniobró con destreza y mucha paciencia para que el camión no se desbarrancara al precipicio de las laderas montañosas.
En una de las curvas, tardó el vehículo en subir cerca de una hora en medio de la lluvia y bajándonos del camión para apoyar las maniobras con luces de batería que en varios tramos de la carretera ayudo a guiar al chofer que con mucha peripecia hacía transitar el camión con 7 toneladas de alimentos en medio de la oscuridad y neblina.
A las 2 de la mañana, casi para llegar a nuestro destino, nos topamos con un árbol atravesado sobre la carretera. Para quitarlo del camino se utilizó una cadena que se enredo en medio del pino al camión y lo jaló, trozándolo a la mitad, dejando un espacio libre en el camino. Pasó el camión y a las tres de la madrugada arribamos a Palomas, donde pernotamos sobre costales de maíz que iban en el camión de Diconsa.
Al día siguiente –a las 7 de la mañana- amaneció nublado y lloviznando. Los serranos de Palomas descargaron las 7 toneladas de alimentos que transportó el camión. Austinencio Bojorquez, originario de Palomas, dijo que no creía que el camión llegaría por el mal tiempo. “A lo macho, no creí que viniera el camión. Nunca había llovido tantos días seguidos por acá”, expresó admirado el señor Bojorquez, encargado de la tienda comunitaria 135 de Palomas, Morelos, Chihuahua.
A las 9 de la mañana arribamos a El Tablón, destino final del viaje de la Sierra de Morelos, donde desayunamos y platicamos con serranos de este bello lugar Entrevistamos al ex presidente municipal de Morelos, Nono Chaparro, quien abrió un pequeño “banco”, una red bancaria, para dar servicio a los jubilados y serranos que reciben pensiones, o tiene que hacer transferencias y pagos a otros lugares del estado o del país, según informo el propietario del hotel local y comercio donde instaló el pequeño “banco” de El Tablón donde se puede usar tarjetas de crédito.
A las 12 del día –septiembre 6- regresamos rumbo a Morelos. Otra odisea el viaje. El tiempo había cambiado y se atisbaron hermosos paisajes de la Sierra y Barrancas de Morelos. A las 12 de la noche arribamos a Buenavista, Batopilas. Una hora antes el camión se había atascado en una curva y causo un atolladero al filo de una barranca. En Buenavista pernotamos en el interior del camión. A las 7 de la mañana, continuamos con el itinerario hatsa llegar a las 11 de la mañana a Guachochi el viernes7 de septiembre, 2007.
Novecientos 80 kilómetros, según cálculos del conductor, fue el recorrido hecho en 32 horas por lo alto y abrupto de la Sierra y Barrancas de Morelos, Batopilas y Guachochi.
De regreso nos fuimos ranchando y “congelando el tiempo” de los paisajes. Antes de llegar al Rosado, saludamos a don Celso Payan de 67 años de edad, un buen viejo agricultor y músico que fundó en 1954 el famoso grupo Los Alegres de la Sierra, y fue en ese año que tocó su primera boda en Rocheachi. “Mi primer trabajo”, recuerda orgulloso don Celso.
Un viaje agotador y pesado, pero valió la pena el sacrificio por ese camino largo, nublado y sinuoso de la Sierra Tarahumara de Chihuahua: por la carretera del Morelos olvidado por los gobiernos y “hasta por Dios”, como dicen los serranos, en donde por cierto, diputados, gobernadores y funcionarios, no se les vuelve a ver; sólo cada 3 ó 6 años se presentan a pedir el voto con promesas falsas, y mucho menos los presidentes de la República, que no conocen el municipio ni en mapas.

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